Cuando hace 23 años empezamos a trabajar en la diócesis de San Isidro con el propósito de hacer aportes concretos en la lucha contra la drogadependencia creamos primero el EDIDRO, el Equipo Diocesano sobre Drogadependencia. Luego, con el tiempo, surgió el Proyecto Esperanza qué pretende todavía hoy, ser un espacio dedicado especialmente a fortalecer a las personas para vivir una vida digna en libertad y especialmente orientado hacia aquellos hermanos nuestros en condiciones más precarias de vida.
En el Proyecto Esperanza funcionaba el EDIDRO, como un centro de prevención y asistencia de las adicciones, pero nos faltaba un lugar donde recibir aquellos hermanos nuestros que no podían seguir con su vida en comunidad y necesitaban un espacio que los acogiera, que los recibiera con todo el cariño, con toda la dedicación y al mismo tiempo con el equipo terapéutico necesario para asistirlos en su recuperación.
Así nació el Hogar San Ignacio. Para mí el Hogar San Ignacio representa un verdadero compromiso y un verdadero ejemplo de lo que debe ser una comunidad terapéutica orientada a asistir aquellas personas afectadas por la droga y que lo haga desde una cosmovisión cristiana de la vida.
Es un sueño cumplido y hoy lo que siento es una tremenda satisfacción y gratitud hacia todos aquellos que han continuado con esta obra y a quienes hoy tienen el honor y el privilegio de conducirlo.